Historia
Colonos, cazadores y aventureros (1902-1919)
El ferrocarril de Uganda estaba por fin abierto. La época de las grandes exploraciones quedaba atrás y ya era posible respirar el aire de las Tierras Altas realizando el viaje desde Mombasa en apenas un día, cómodamente sentado y sin sufrir las múltiples calamidades de los viajes en los que unos años antes sólo los aventureros se embarcaban. Africa se ofrecía a quien quisiera comenzar una nueva vida en el Jardín del Edén. El resto consistía únicamente en atraer un número de colonos suficiente para generar un volumen de mercancías que rentabilizase la costosísima línea.
Sin embargo, el Jardín del Edén no era apropiado para cualquiera. La falta de desarrollo e infraestructuras en estos primeros días suponía aceptar una vida de pionero, con escasas comodidades, duro trabajo, riesgos para la salud y partiendo desde cero. La agricultura destinada a la exportación se planteaba como la única actividad viable en las Tierras Altas, fértiles pero carentes de grandes riquezas minerales o recursos naturales, en las que aún no se había formado un mercado propio lo suficientemente amplio.
Los colonos comenzaron a establecerse en el país en 1902, procedentes sobre todo de Gran Bretaña, pero también de Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. En muchos casos se trataba de hijos de la aristocracia inglesa en busca del sueño romántico africano, de vivir para cazar y cazar para vivir. Otros querían establecerse, echar raíces y encontrar la fortuna en aquel país virgen. En breve comenzaron a crearse granjas asentadas sobre los terrenos tradicionales de los pueblos nativos, en gran parte despoblados a causa de las guerras tribales y el pastoreo nómada. La tierra se ofrecía a precios muy bajos, con el único requisito de cultivar 16 acres cada año.
Uno de los colonos más famosos de aquellos primeros tiempos fue Hugh Choldmondley, tercer barón de Delamere, más conocido como Lord Delamere (1870-1931). Modelo de la aristocracia inglesa, vividor y aventurero, Delamere acostumbraba viajar a Somalia para cazar leones. En una de estas expediciones conoció las Tierras Altas de Kenya y se prendó de ellas, decidiendo establecerse allí. Compró una granja próxima a Nakuru en 1903 y se dedicó a la ganadería y al cultivo de especies europeas, en lo que inicialmente no tuvo un excesivo éxito, gastando en su propiedad de Kenya todas las rentas que generaban sus posesiones en Inglaterra. Con el paso de los años, Delamere adquirió más tierras, llegando a conseguir beneficios. Su espíritu apasionado le convirtió en el líder de los colonos, cuya asociación presidió desde 1904 y a los que representó desde la constitución del primer Consejo Legislativo del 'British East Africa' en 1907. Delamere dejó una importante herencia, adaptó varias especies hortícolas a las condiciones locales e impulsó el desarrollo agrícola de las Tierras Altas de forma definitiva. Pero fue un consumado racista, admirador de Cecil Rhodes y del sistema del 'apartheid'. Como relató Elspeth Huxley, su sueño era hacer de Kenya "el país del hombre blanco", un lugar al estilo de Nueva Zelanda. Hoy, su nombre permanece en el bar del hotel Norfolk, en Nairobi.
En 1905, el protectorado de 'British East Africa' adquirió el estatuto de Colonia. Inglaterra pretendía instaurar un sistema de administración local controlado por el gobierno colonial, a lo que los colonos, encabezados por Delamere, se negaron en redondo. El primer gobernador de la Colonia tuvo que moverse en terreno pantanoso, reprimiendo brutalmente los levantamientos de los nativos que veían sus territorios ocupados, pero también calmando la voracidad de tierras de los colonos que, atraídos por el éxito de Delamere, llegaban cada vez en mayor número. Nairobi era como las antiguas ciudades del oeste norteamericano, un lugar salvaje, libre y promiscuo, en el que la vida se ponía en riesgo todos los días.
El flujo inicial de inmigrantes no fue muy intenso. En 1912 el número de colonos aún se reducía a unos 3.000. Sin embargo, los nuevos pobladores necesitaban tierras, y Nairobi se asentaba en la frontera entre el país de los pastores Maasai y los terrenos de cultivo de los Kikuyu. Temiendo la reacción del guerrero pueblo Maasai, el gobierno firmó un acuerdo con el jefe Lenana en 1911, por el cual los Maasai aceptaban vender sus territorios tradicionales de pasto y desplazarse hacia el sur a tierras menos fértiles, la región que ocupan en la actualidad.
Las granjas requerían también mano de obra, pero los indígenas no estaban acostumbrados a trabajar a jornal, por lo que los colonos consiguieron que la administración promulgara leyes de trabajo forzado e impuestos que obligaban a los nativos a cultivar las tierras de los blancos.
Desde el primer momento, los colonos se esforzaron en crear una estructura social de discriminación de razas. Los blancos dominaban la administración, la economía, la producción y el comercio, refugiándose en exclusivos clubes a los que los negros no tenían acceso. Posteriormente los nativos fueron confinados en reservas, de las que sólo podían salir mediante un pase aprobado por la administración colonial. Los europeos prosperaban y los indígenas se empobrecían cada vez más. Era natural que la situación alimentara el resentimiento de los Kikuyu, que resultaban los principales perjudicados por el 'statu quo' de la colonia.
En aquellos años se produjeron las primeras reacciones violentas por parte de los Kikuyu, que fueron brutalmente reprimidas por el oficial inglés Richard Meinertzhagen al mando de su compañía del Tercer Regimiento del 'King's African Rifles', una fuerza militar creada para proteger a los colonos. Meinertzhagen destacó tristemente por sus sanguinarias acciones contra los Kikuyu y otras tribus locales. En 1905, el oficial fue enviado para pacificar el territorio de los Nandi, quienes habían constituido una poderosa guerrilla que se oponía a la invasión de los blancos desde los primeros tiempos del ferrocarril. Meinertzhagen aplastó rápidamente la rebelión: citó a Koitalel, el jefe Nandi, para una reunión de paz y lo asesinó sin contemplaciones.
Aquellos fueron años de grandes cazadores blancos que disparaban en la mayor y más libre reserva de caza del mundo. Nombres como Denys Finch-Hatton, Berkeley Cole, Frederik Selous, John Hunter, Beryl Markham, Phil Percival o Bror Blixen, pertenecen ya a la historia y a la leyenda de una Africa que dejó de existir hace muchos años. Personajes como Ernest Hemingway, Winston Churchill, Theodore Roosevelt o el entonces Príncipe de Gales y futuro rey Eduardo VIII de Inglaterra, tuvieron la oportunidad de conocer un hermoso, cruel, extraño e injusto Jardín del Edén que, para bien o para mal, murió devorado por el siglo XX cuando éste ya llevaba varias décadas instaurado en Europa.
En 1913, una mujer danesa se estableció en las Tierras Altas y compró una granja al pie de las colinas de Ngong. Se llamaba Karen Christence Dinesen, baronesa consorte Blixen-Finecke (1885-1962), y bajo el seudónimo de Isak Dinesen publicó uno de los libros más bellos que jamás se hayan escrito sobre Africa. Sublime escritora y pésima granjera, vivió libre y fue más desgraciada que feliz, fracasó en los negocios y en el amor, sufrió la ocupación nazi de Dinamarca y murió lejos de las tierras africanas que amaba. Su vida simbolizó a la perfección el hechizo y la esperanza de Africa.
Ese mismo año estalló la guerra en Europa, a lo que las contiguas colonias de Inglaterra y Alemania en Africa Oriental no podían permanecer ajenas. La 'British East Africa' sólo contaba con tres compañías del Tercer Regimiento del 'King's African Rifles', mientras que Tanganyika poseía un ejército, pequeño pero bien entrenado, al mando del coronel Paul von Lettow-Vorbeck (1870-1964), quien conoció a Karen Blixen y simpatizó con ella cuando ambos coincidieron en el barco que les llevaba a Mombasa. Inglaterra organizó en noviembre de 1914 un desembarco en Tanga, en la costa de Tanganyika, al mando del general Edward Aitken. La operación fue un fracaso y von Lettow consiguió salvar la colonia temporalmente, pero en 1916 el imperio alemán en Africa estaba prácticamente desarbolado y los aliados se concentraron en expulsarles de Tanganyika, su última posesión en Africa. Al mando del general sudafricano Jan Christian Smuts, las fuerzas combinadas de los aliados conquistaron Tanganyika, pero Lettow no fue vencido. Se mantuvo oculto y practicando la guerra de guerrillas con un pequeño contingente de hombres contra el vasto ejército de Smuts. No perdió una batalla y sólo entregó sus armas al conocer la rendición alemana en Europa. Tal fue su alto sentido del honor y su caballerosidad en el combate que, al final de su vida, cuando se encontraba arruinado por su oposición a Hitler, su viejo adversario Smuts consiguió para él una pensión militar aliada.
El final de la guerra europea supuso cambios para las lejanas tierras africanas. Por el tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919, Alemania se vio obligada a renunciar a todas sus colonias, y Tanganyika pasó a depender de Inglaterra. Tras la contienda, un programa del gobierno británico destinado a estimular el asentamiento de veteranos en Africa Oriental multiplicó el número de colonos, que al terminar la gran guerra ya eran más de 10.000.
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