Lejanías de un ser cercano
Entrevista con Francisco Umbral
Javier Yanes
Foto: Álvaro Viloria
(Publicado en 'VIB Visa Iberia Magazine' nº2, verano de 2005) Centauro de torso literario y extremidades periodísticas, cabeza lírica con lentes y melena, boca pausada al borde de un verso, romántico de traje y talle con las puntas de los dedos llenas de prosa que brota sin pudores argumentales. Francisco Umbral es adjetivo de sí mismo, cemento de tres generaciones literarias y útero de una cuarta. 'Días felices en Argüelles' condensa sus memorias de viajes, un leguario con mojones en París, Roma, Londres, Nueva York y el Rastro, una vereda con desvíos a Cela, Delibes, Hierro, Balzac, Proust, Cervantes, Baudelaire y Wilde. Nos presentamos en su casa con una bolsa de naranjas para zumo y un chorizo ibérico. España, su mujer, nos lo agradece porque no salen mucho a comprar. Umbral me pregunta si el chorizo es del que dan en los aviones. ¿Periodismo o literatura? ¿Cuál le sirve de escapatoria? No necesito escaparme de ninguno, estoy muy a gusto en ambos. Sí podría decir que descanso de un género en otro. Si tengo un artículo pendiente y no tengo muchas ganas de escribir esa tarde, es el día que escribo el artículo y al día siguiente sigo con el libro. En España, hoy, ¿se hace mejor periodismo o literatura? Mejor periodismo, sin duda. En las columnas hoy se han alcanzado unos excelentes niveles de expresión literaria y de expresión popular de la calle. Todo periódico se caracteriza por columnistas que le dan personalidad propia, que la gente quiere leer todos los días. Además hay muchas guerras, y las guerras venden mucho. ¿Qué echa de menos en la literatura española actual? Se ha comercializado excesivamente. Hay novelas para el gran público que se venden mucho y se leen mucho, pero para mí no tienen ningún interés. La mayoría de los premios se conceden a libros que en general no me parecen buenos. Creo que se ha perdido la exigencia literaria en la novela, y sin embargo se recupera en el periodismo. Usted leyó primero a los contemporáneos antes de empezar con los clásicos, al revés de lo que es habitual. ¿Cree que si los niños y los jóvenes hicieran lo mismo se interesa- rían más por la lectura? Sí, yo casi todo lo he hecho al revés en la vida, pero me ha salido muy bien. Desde luego se aficionarían mucho más, porque los contemporáneos les entienden, tratan de problemas que ellos conocen, y los libros les resultarían más atractivos. Claro, salir hablando de un señor loco que iba con una cosa extraña en la cabeza ... El Quijote es un libro sublime, pero es para leerlo más adelante. De niño, mi madre me lo hizo leer entero, y había cosas que me gustaban mucho y otras que sencillamente no entendía, ni la acción ni la escritura. Esto les pasa a casi todos los niños. Al niño se le deberían seleccionar párrafos y fragmentos que pueda entender, que le diviertan, por ejemplo ese humor traumático que hay en el Quijote, cuando a uno de los dos le meten caña, ver a Sancho por el aire y que asoma por detrás de la tapia, sube y baja, porque le están manteando. Hablemos de viajes. A usted le llevaron de niño a Valladolid, de donde después regresó a Madrid a la conquista del mundo periodístico. El periodismo era un primer paso para conquistar Madrid literariamente. El periodismo es el mejor camino, y mucho mejor el de ahora que el de los tiempos de la censura. Era espantoso, no se podía escribir de nada. A mí me pusieron una multa en el periódico de Delibes -multa que nunca pagué, claro, la pagaría el periódico- por decir que Brigitte Bardot era un maravilloso pecado mortal. Eso les pareció muy mal. Los pecados mortales, intocables. ¿Cree que para el escritor es imprescindible viajar, salir de su casa? No es imprescindible, por ejemplo tenemos a Delibes, que no ha salido mucho de su sitio. Se ha ido detrás de una perdiz roja, pero se ha ido al pueblo de al lado. Y sin embargo ha hecho una obra muy importante. Yo, como ve usted en el libro de Argüelles, no he parado, he viajado muchísimo. He reunido sólo algunos de esos viajes en el libro, pero podría hacer otro libro de viajes. Que no lo voy a hacer, no se asuste usted. ¿Viajamos para refugiarnos o en busca de la aventura? Existe el viaje como liberación, de un amor, de un trabajo, de una cosa política, de un crimen. Y existe el viaje sencillamente de disfrute. El viaje está muy relacionado con la aventura amorosa, con el sexo. Está hoy muy en auge, porque esos señores que se dedican a vendérnoslo todo ahora nos venden viajes, kilómetros de nuestra propia vida. Cuando investigaba para su novela 'Cristo versus Arizona', Camilo José Cela decía que en Tucson le gustaba dar patadas a los botes porque allí no le conocía nadie. ¿Qué se atreve usted a hacer cuando está en un país donde no le reconocen? Yo soy un personaje muy cívico. Eso que usted dice es muy propio de Camilo, porque Camilo era un hombre de acción, aunque luego no es un escritor de acción, sino más bien estático, que hace muy bien eso del estatismo de un pueblo o de una vida. Madrid, ciudad donde usted nació y a la que quiere con locura. ¿Qué echa de menos del Madrid de los años 60? Los tranvías. Eran muy cómodos y muy bonitos. Eran todavía del siglo XIX y tenían mucho encanto. Además en los tranvías siempre se ligaba. En el metro se liga menos, porque la gente que va en el metro tiene prisa, y así no hay manera. ¿En qué le parece que ha mejorado la ciudad? Ha mejorado mucho en las obras públicas. Madrid está levantado caóticamente, pero volverán a ponerlo en su sitio. Con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y el alcalde Gallardón, que son dos personas jóvenes y activas, no cabe duda de que en unos años van a dejar un Madrid muy mejorado urbanísticamente. Decía usted que, en aquellos años, Madrid por la mañana era una inmensa redacción. ¿Se ha perdido ese ambiente periodístico y literario de Madrid? No se ha perdido, pero se ha movido. Antes, en el XIX, los escritores se veían entre sí cuando se daba un almuerzo en Lhardy o la Posada del Peine, y a una invitación no fallaba nadie, a comer van todos. Ahora todos los días hay actos literarios. Esos almuerzos se recubren siempre de material literario, de noticias, de conversación. Es lo mismo que el café con sus tertulias. Todo el mundo literario está informado porque con que vayan diez, esos diez se encargan de divulgarlo por todo Madrid, con una eficacia admirable, porque yo no creo que les paguen para hacer eso. Hace pocos días he presentado en el Ritz el último libro de Pedro J. Ramírez, y allí nos hemos reunido todos. Pero no sólo nosotros, también el público. Existe una palabra que siento no haber inventado yo, que son los canaperos, los que van cada tarde a por el canapé sin estar invitados. En sus viajes le interesa sobre todo conocer ciudades. Sí, al campo no voy nunca, el campo es muy aburrido. Decía Baudelaire que el campo son berzas. Me gustan mucho los animales, pero los animales están vivos, las berzas es que no me dicen nada. En este jardín tengo gatos, ardillas, palomas, un poco de todo. ¿Hay ciudades más periodísticas y otras más literarias? Lo que se quiera. Las grandes ciudades y las pequeñas han sido noveladas, las grandes por Balzac, las pequeñas por Flaubert. El género viajero y la calidad de la obra no dependen de la ciudad, sino del escritor. Y como defensor del estilo frente al argumento, ¿le gusta escribir sobre las ciudades porque no tienen argumento? El argumento no solamente no es necesario, sino que puede haberse convertido en un estorbo. Las grandes novelas del siglo XX, las que marcaron la pauta en lo venidero -'En busca del tiempo perdido' de Proust, 'Manhattan Transfer' de Dos Passos, 'Ulises' de Joyce, 'El hombre sin atributos' de Musil- son novelas ciudadanas cien por cien, pero son novelas sin argumento. El novelista se ha lanzado en los últimos años del siglo anterior -esto lo dije el otro día en una conferencia que di sobre Cela y La Colmena- a hacer la novela de la ciudad, meter toda una ciudad en una novela. El argumento tradicional, galdosiano aquí, balzaquiano en París, cada día es más prescindible, y yo me alegro porque los argumentos me aburren mucho, tener que leer todo eso para que al final me digan lo que pasó, si fulanito se acuesta con fulanita o no. Para la pura narración tengo el cine, que me cuenta la historieta en hora y media y gano mucho tiempo. ¿Cree usted que en diferentes ciudades el carácter de la gente es distinto? La gente es igual en todas partes. Igual de tontos, quiero decir. Creo poco en el ser humano. La vulgaridad ambiente es inmensa. En cuanto se juntan dos señoras o dos señores, empiezan a hablar de comidas, "no, pues a mí me va mejor por la noche una ensalada", "no, pues yo me tomo un huevo pasado por agua". Además, no llegan a la última consecuencia del huevo ni de la ensalada, no llegan nunca, se quedan en la anécdota. Aburridísimo. ¿Piensa que vivimos tiempos vulgares? Tiempos de gran vulgaridad, por la falta de cultura. Como la gente estudia menos, es más vulgar. Los oficios con libro, es decir, con algo que estudiar, educan, enseñan. Pero los oficios donde sólo hay que darle a internet o a otro artilugio, ésos no enseñan nada. ¿Qué ciudad le ha enamorado más? Contra lo que yo suponía previamente -siempre París, Nueva York, Londres-, uno se encuentra, cuando ha vivido allí, con que inesperadamente y sin saber por qué, está enamorado de Copenhague, o de Ámsterdam. He vuelto varias veces a estas ciudades, que son encantadoras. Ámsterdam es una especie de Venecia del norte, y en Copenhague abundan las tiendas de ad- minículos sexuales. No son ciudades muy grandes y no han suprimido los tranvías, lo que prueba que el tranvía estaba muy bien inventado y que aquí los quitó un al- calde muy bruto, el último que tuvimos con Franco. Defíname París. París se parece demasiado a París. Uno llega a ver cómo es y se encuentra con que es una imitación de París, que el París que hemos leído y que hemos visto en la pintura y en el cine queda superado por la realidad. Si tuviera que irme de España por un nuevo exilio, me iría a París. ¿Roma? Tiene un gran parecido con Madrid. Tiene toda la historia ahí puesta para que la veamos. Pero el ambiente de la calle, el pueblo, la gente, está muy cerca de España. Es una ciudad maravillosa, simpática, con los retretes de los bares muy sucios, llenos de mierda, como en Madrid. Se siente uno un poco en España. Cuando empezaron a hacer buen cine, el famoso neorrealismo, íbamos a ver una película italiana como si estuviéramos en casa, como si fuera española, sólo que mucho mejor, claro. El otro día leía yo en un libro de Haro Yvars, el hijo de Haro Tecglen, cómo estando en Roma le había afectado el asesinato de Pasolini. Paso- lini fue con su coche, paró a un jovencito que andaba por allí, le invitó a entrar en el coche, fueron no sé hacia dónde, y el jovencito le mató y le robó. Parece que el móvil no era el robo, sino algo de mafias homosexuales. Yo me fui por allí, por detrás del Coliseo, buscando el sitio exacto donde decían que había muerto Pasolini. De pronto empecé a ver personajes sospechosos y me di la vuelta. Y como yo no era Pasolini, solamente me robaron el reloj de pulsera. Hay categorías para todo. ¿Londres? Con Londres es más difícil encariñarse, porque es una ciudad fría, un poco hostil. Es casi otro continente. Durante la Segunda Guerra Mundial los ingleses tuvieron un momento muy malo, de perder la guerra. y les dijo Churchill: "Esta guerra está ganada. Tenemos rodeada a Europa". Ése era el éxito de Churchill, sus frases. Si serían buenas, que cuando terminó la guerra le dieron el premio Nobel de literatura por las frases. Sólo con ellas ganó la guerra. En Londres estuve una vez buscando la cárcel de Reading, donde Oscar Wilde escribió su maravilloso poema. Me fui una noche por los barrios por donde yo sabía que estaba, quería verla, tocarla. Nada, no lo encontré nunca, y me fui al hotel con cabreo y ganas de dormir, porque anduve mucho por calles que eran como almacenes, absolutamente solitarias. Por allí me podían haber robado también el reloj, si no me lo hubieran robado antes en Roma. ¿Nueva York? Es enloquecedor desde el principio. Había mañanas que salía de mi habitación, bajaba al vestíbulo del hotel y me sentaba a tomar una Coca-Cola -la americana no tiene nada que ver con la española, es mucho mejor, mucho más grande la botella, dura mucho más tiempo, se bebe más despacio porque es más fuerte-, y en aquel vestíbulo pasaban tantas cosas que a veces me daba la hora de comer y no me había movido de allí. Eso es Nueva York. Hay que conocer Nueva York para saber hasta dónde ha lle- gado el hombre. Antes el límite podían ser las Torres Gemelas, por eso para mí aquello de las Torres sigue siendo un atentado a la civilización occidental, un afán de destrucción de la cultura occidental. En Nueva York hay que dejarse llevar, porque la ciudad le puede a uno. ¿Alguna ciudad que deteste? Está Berna, capital de Suiza, que es la ciudad más aburrida del mundo. El otro día me lo decía una amiga, Inés, qué ciudad tan aburrida, qué coñazo. No pasa nada en Berna. Salvo unos osos que tienen, no sé si los conservan, unos osos en mitad de la calle que son muy simpáticos. Uno de ellos se parece mucho a Verlaine. Pero tanto como odiar ... A lo mejor tendría que citar alguna ciudad española, pero no quiero. ¿Algún lugar al que no haya viajado que le hubiera gustado conocer? No, porque yo soy muy limitado. A mí el Oriente no me interesa nada. Hoy he leído, no sé dónde, que Turquía no es Occidente. Pues yo estoy de acuerdo, Turquía no es Occidente, no es Europa. No me interesan nada las civilizaciones chinas, japonesas, hindúes. Cuando he viajado ha sido siempre hacia Europa o América. ¿Cree que conviene dejar de viajar en algún momento? Aquello de "¿pero usted todavía viaja?" Se lo dijo Françoise Sagan a un contertulio que le colocó el rollo de su viaje. Y ella, que estaba muy de vuelta de todo aunque era joven, le preguntó, ¿pero usted todavía viaja? "Qué gracioso, todavía viaja", como diciéndole "y además me coloca usted el viaje". Sí, yo me identifico con esa frase, porque están los esnobs del viaje, los que quieren viajar mucho, sobre todo para contarlo, y ésos son insoportables. No soporto que me cuenten un viaje, porque además siempre cuentan lo peor. Usted que ha sido tan aficionado a la noche, ¿qué noches recuerda con más cariño en sus viajes? Quizá en Londres, a pesar de todo lo que he dicho. He pasado noches divertidas, bonitas. No por la ciudad, sino porque tenía amigos mejores que en otras ciudades. El otro día me encontré con Pitita Ridruejo, que en aquel entonces estaba de embajadora en Londres, y recordamos muchas cosas de aquellas salidas nocturnas en grupo familiar. Por último, y dado que uno de sus atributos literarios siempre ha sido su capacidad de innovación del lenguaje, ¿no cree que para su ingreso en la RAE deberían inventar una nueva letra del alfabeto reservada para su sillón? No, la Academia no me interesa. Pero el oficio de inventor de letras ya existe. Había un personaje que se dedicaba a esto. Por ejemplo, decía que había inventado la letra "FO". Si alguien le preguntaba si eso servía para algo, él contestaba: "sin esta letra, ¿cómo vas a escribir FOtografía?" Antes de despedirme, observo que no hay ningún libro en su piscina, y le pregunto si ya no tira allí los que no le gustan. Me confirma que lo sigue haciendo. Tiene en su mesa un ensayo sobre poesía. Aún no lo ha leído, pero me cuenta que en todo caso se salvará de la aguadilla gracias a la ocurrente dedicatoria de su autor, basada en un conocido verso de Quevedo: "Nadar sabe mi llama la agua fría ... pero no en el agua de tu piscina".