Contra viento y marea
Turismo en la región del tsunami
Javier Yanes
(Publicado en 'VIB Visa Iberia Magazine' nº1, primavera de 2005) Dicen los datos, que de puro gélidos no parecen propios del Índico, que ha sido el tsunami más letal de la historia y uno de los mayores desastres naturales de los últimos quinientos años. Las costas asoladas por el maremoto del 26 de diciembre paladean ahora el amargo sabor de la resaca, el turismo que flojea allí donde la economía pende del hilo de las hamacas de playa. El efecto multiplicador de la información exhaustiva ha congregado un caudal solidario sin precedentes, pero lo ha hecho al precio de globalizar un panorama del horror que desvirtúa la realidad y ahuyenta el turismo. Tras la batalla contra los elementos, las playas del sureste asiático no han dejado de ser lo que siempre fueron, el paraíso arquetípico. Sin embargo, ahora les toca librar la batalla contra una emoción más poderosa que la solidaridad: el miedo. "Más que una ola gigante, parecía una bañera desbordándose". Harsh Roopchand, con el agua al cuello, en las islas Maldivas, e! 26 de diciembre de 2004. "En Soneva Gili el agua desbordó a través del hotel, dañando algunos embarcaderos y villas. La embestida del agua no fue tan fuerte en la propia isla, pero por supuesto fue un momento muy angustioso, ya que no sabíamos cuándo el nivel del agua dejaría de crecer". Los habitantes del resort turístico Soneva Gili son proveedores o consumidores de evasiones, anfitriones de sonrisa tendida o huéspedes de admiración boquiabierta. Nadie suele esperar que una catástrofe mundial empape el álbum de sus vacaciones. Nada malo puede ocurrir cuando no nos enteramos de lo que ocurre, y Soneva Gili es un mundo sin zapatos diseñado para que nada, ni siquiera el tableteo de los tacones en la tarima, sugiera el correr de un reloj o el discurrir de acontecimientos externos al paspartú dorado de la arena. Nada que perturbe la imagen del paraíso químicamente puro. Pero esta vez ocurrió. Todo comenzó co- mo la inquietante ruptura de una frontera inmutable, la de la línea mareal en la playa de Lankanfushi. Ni Harsh ni el resto de los habitantes de Soneva Gili podían anticipar en aquella crecida inu- sual un cataclismo apocalíptico, sino sólo una rareza natural, un 'serendipity' físico que pocos huéspedes tienen ocasión de disfrutar, como un eclipse, una bola de fuego o una lluvia de estrellas fugaces. Una marea desproporcionada que engrosaría el capital anecdótico del hotel con un relato para esgrimir en el programa de animación. Fred Varnier, Director General del Amanpuri Resort en Phuket, hace un relato vívido de los hechos. "Hacía mi ronda matinal en el hotel, como siempre, y vi que la explanada de la piscina estaba mojada, por lo que supuse que alguien la había lavado. Sin embargo éste no era el caso, y después quedó patente que la razón por la que estaba mojada era por el movimiento de las ondas del agua causado por un enorme terremoto en Indonesia. Sobre las 10 menos cuarto de la mañana recibí una llamada para que fuera a comprobar las condiciones del mar, pues la marea estaba inusualmente baja. En ese momento yo estaba en la tienda de regalos del hotel y me llevó aproximadamente 2 minutos llegar a los peldaños que bajan a nuestra playa. Desde allí dominaba un gran panorama de nuestra bahía, y lo que vi me acompañará siempre: la marea había bajado tanto que nuestra plataforma de baño y nuestras lanchas de esquí acuático estaban varadas sobre lo que siempre había sido el lecho del océano. El océano se había marchado tan lejos que el arrecife de coral a la izquierda de nuestra playa estaba completamente al aire, y los locales cogían los peces varados con sus manos. De inmediato evacuamos a todos nuestros huéspedes de la playa y pedimos a todos que subieran a terreno más elevado, ya que sospechábamos que se acercaba una ola gigante. Muchos de nuestros huéspedes se mostraban escépticos sobre la razón para esa evacuación, ya que hacía un maravilloso día claro y no había ningún signo de peligro. La situación cambió rápidamente, y menos de dos minutos después de haber evacuado la playa, una inmensa masa de agua se tragó nuestra playa y arrastró todas las tumbonas, destruyendo parcialmente el gimnasio. Para entonces, todos nuestros huéspedes estaban en la explanada de la piscina y no podían creer lo que estaba ocurriendo". Ni Harsh, ni Fred, ni el personal, ni los huéspedes de Soneva Gili o Amanpuri podían imaginar que la corriente de las comunicaciones globales había enchufado la noticia del maremoto en los teletipos ya antes de que las aguas se retiraran de sus playas, y que al otro lado del mundo la palabra "tsunami" cargaba el plomo de los titulares antes de que ellos fueran conscientes de las vastas proporciones del desastre. En palabras de Fred Varnier, "aunque hubo bastantes destrozos en nuestra playa, no nos dimos cuenta de la dimensión de la tragedia hasta mucho más tarde, cuando comenzaron a llegar informes sobre el enorme tsunami que había embestido la playa de Patong, Kamala y el área de Kao Lak. Sólo días más tarde tomamos conciencia de nuestra suerte por haber escapado con vida y con daños materiales relativamente pequeños en el resort". En los paraísos del Índico se había colado una serpiente. La mordedura se saldó con tasas de destrucción masiva: más de 150.000 muertos y una cifra similar de desaparecidos. Tantos que jamás se podrá determinar el número exacto. Tantos que la magnitud re- sulta inabarcable, como cuando se habla de billones de euros, y por eso las víctimas no tienen rostro, ni nombre, ni a sus familias les queda el consuelo de un reconocimiento público. Cuatro meses después, el poso del veneno, la resaca del tsunami, sigue cobrando el tributo de una espantada turística que amenaza con estrangular un sistema económico que descansa, o más bien se recuesta, en las hamacas más privilegiadas del planeta. Según estimaciones del Banco Mundial, las pérdidas en el sector turístico regional se estiman en 100 millones de dólares en Maldivas y 200 millones en Sri Lanka, cuyo ministro de turismo eleva esta cifra a 300 millones. Indonesia sufrió el azote más terrible en vidas humanas, pero el coste turístico en este país ha sido escaso dado que la zona más afectada no es un destino mayoritario. Sin duda la peor parte en este sector se la ha llevado Tailandia, donde según datos del gobierno las pérdidas estimadas de mil millones de dólares y 200.000 empleos en riesgo recortarán la previsión de crecimiento del PIB en 2005 del 6,3% al 5,6%. Si de algo sirve la inmediatez de las comunicaciones globales que viajan a velocidad del ADSL, no fue para avisar a los residentes de la zona de lo que el mar les arrojaba encima -tarde supimos que el Índico no ha contado hasta ahora con un sistema de alarma temprana de maremotos-. Pero la cercanía de la noticia sí se ha anotado un triunfo: romper la cotización tradicional de la vida humana en función de su cercanía física. Cien vidas en China solían valer, en términos de moneda informativa, lo que una sola en nuestro propio barrio. Hoy los rostros desesperados llegan en alta definición a nuestras pantallas con un realismo demasiado nítido para que nadie los ignore, y esto desata una reacción en cadena de campañas de solidaridad que multiplican el calado de la información. Pero la onda expansiva genera su propia resaca. La imagen de la desolación en Banda Aceh es también demasiado cruda y poderosa como para ignorarla, y en ningún sueño de unas vacaciones en el paraíso tiene cabida una tonelada de escombros esparcidos sobre la playa. "La saturación de información sobre la tragedia en las zonas más perjudicadas puede dar lugar a algún tipo de malentendido entre los consumidores, especialmente cuando cerca del 80 por ciento de los hoteles y complejos de esos destinos permanecen plenamente operativos". El Secretario General de la Organización Mundial del Turismo, Francesco Frangialli, expresaba de esta manera la preocupación de esta institución por el efecto de la llamada "infodemia", algo que ya ocurrió con las crisis del Síndrome Respiratorio Agudo Severo y de la gripe aviar, dos amenazas insignificantes desde el punto de vista epidemiológico -el balance mundial de afectados registró poco más de 8.000 casos del primero y un exiguo centenar de la segunda, frente a enfermedades como la malaria, de menor efecto disuasorio pese al millón de muertes que causa cada año-, pero de una potencia devastadora en sus consecuencias sobre la industria turística. "Las zonas más castigadas por el tsunami no tienen apenas turismo. Los primeros destinos de Indonesia -Bali, Lombok, Jogjakarta y Jakarta- están a miles de kilómetros del epicentro de la asolada provincia de Aceh, en el norte de Sumatra, y no se han visto afectados en absoluto. Pero su imagen turística se enfrenta ahora a un grave problema". Frangialli sintetiza de es- ta manera una recomendación a los medios de comunicación, usuarios de un material tan sensible que puede ocasionar un enfrentamiento entre su afán de compromiso informativo y la responsabilidad de crear estados de opinión que mueven la ruleta de la cuantiosa apuesta turística. "La mejor manera de ayudar a los destinos del Océano Índico, en particular a Sri Lanka, Maldivas, Tailandia e Indonesia, es alentar a los turistas a que regresen. Una de las mejores maneras de ayudar a socorrer a los que han sufrido es favorecer el regreso inmediato del turismo a Phuket, a la costa occidental de Sri Lanka y a Maldivas, donde para buena parte de la población local el turismo es la única fuente de empleo y de ingresos". Con el objetivo de encontrar una amplificación a su llamamiento a través de los medios, la OMT lanzó en la feria turística ITB de Berlín, celebrada el pasado marzo, una campaña de sensibilización: "Vacaciones con corazón: Viaje a Sri Lanka, Maldivas, Tailandia e Indonesia", dentro de su Plan de Acción de Phuket y en colaboración con Visa International, CNN Traveller, Thai Airways y otras entidades. El apoyo fundamental para esta iniciativa, como para otras dirigidas a revitalizar el turismo en el área afectada, es la excelente calidad y el buen estado general de las infraestructuras turísticas en la zona. Como botones de muestra, en las islas Maldivas el resort Banyan Tree sólo sufrió daños en el embarcadero, que fueron reparados en 24 horas. En el Soneva Fushi la crecida diluyó en agua de mar los cafés del desayuno, pero la templanza de empleados y clientes contribuyó a superar los momentos de terror sin desgracias personales y con un deterioro mínimo. El otro resort de la cadena Six Senses en el archipiélago, Soneva Gili, sufrió mayores destrozos. Todas las villas fueron barridas por el agua, pero mientras algunas sólo se resintieron en la decoración o en una ventana rota, tres de ellas y dos embarcaderos quedaron prácticamente desmantelados. Los trabajos de reconstrucción han procedido con rapidez y el resort acaba de abrir de nuevo sus puertas. En Phuket, las playas de la costa oeste ya han sido acondicionadas y se ha restaurado el frente oceánico. Los resorts de alta gama Amanpuri y Banyan Tree funcionan a pleno rendimiento después de borrar las escasas secuelas del tsunami en sus instalaciones. Pero si el maremoto no embistió con la misma intensidad en todas partes, tampoco los embates informativos han causado estragos por igual. Las Maldivas parecieron esconderse en una posición más discreta en los titulares. "Nuestro resort en Maldivas sufrió algunas cancelaciones inmediatamente después del tsunami, pero se ha recuperado con mucha rapidez", afirma Yvette Tee, Directora de Comunicación de Banyan Tree Hotels & Resorts, "pero para Banyan Tree Phuket se debe realizar un mayor esfuerzo para atraer a los turistas de vuelta. Mucha gente aún tiene la idea errónea de que toda el área de Phuket fue dañada, lo que no es cierto". Con respecto a Amanpuri, "sufrimos cancelaciones en masa en enero y febrero, pero en marzo hemos recuperado la ocupación", apunta Fred Varnier. Harsh Roopchand, Director de Marketing y Ventas de Soneva Fushi y Soneva Gili, coincide en la misma apreciación: "enero fue un mes flojo. Sin embargo, con el fuerte apoyo de nuestra clientela habitual en todo el mundo, febrero y marzo han sido meses buenos, y creemos que este destino ha recuperado su demanda máxima". Las palabras de Roopchand sugieren que, en ocasiones, la realidad no puede luchar contra la ficción, sea por un exceso o por un defecto de información: "Con el agua inundando la isla, hubo algunos residuos y arrastre de objetos, pero lo cierto es que al acercarse a Soneva Gili uno no hubiera sospechado que había ningún daño. De hecho, algunos huéspedes que llegaron justo después del tsunami se sorprendieron de que la bienvenida fuera menos calurosa de lo habitual, y se sintieron contrariados porque no podíamos alojarlos. No lo podían entender, y es que todo parecía correcto". Las diferentes cadenas de hoteles se resienten de la resaca del tsunami en sus cuentas de resultados. El grupo Amanresorts se ha apartado de una política continuada a lo largo de sus 17 años de historia -ofrecer lujo sin descuentos- para mantener el mismo nivel de calidad en detrimento de sus ganancias, con rebajas del 50% en las tarifas de sus resorts en la región hasta el 31 de octubre. Con este movimiento la compañía espera estimular el tirón de una demanda que se nutre de forma prioritaria del boca a boca de clientes satisfechos, aunque ello suponga capear una temporada oscura en el dique seco. El lamento por un negocio que no atraviesa sus mejores días expresa, sin embargo, una admirable compostura profesional que apenas consigue maquillar la desolación de los propios directivos hosteleros ante la dimensión del drama humano del que han sido testigos y víctimas indirectas. Habitualmente estas cadenas están profundamente arraigadas en las comunidades locales: generan un buen número de puestos de trabajo directos, se surten mayoritariamente de proveedores de la zona, y las familias de los trabajadores locales residen en las aldeas más próximas. Algunas de estas familias han perdido su hogar, y todos conocen a algún amigo o pariente que no encontró un asidero adecuado para resistir la embestida de la ola. La responsabilidad que estos hoteles asumen en el desarrollo de sus comunidades se ha materializado desde el momento de su implantación en diversos programas de apoyo. El grupo Banyan Tree gestiona el Green Imperative Fund (GIF), un fondo permanente encaminado a la conservación y el desarrollo que solicita a todos los huéspedes de los resorts Banyan Tree y Angsana la aportación de un dólar por cada noche de estancia. Con el desastre sísmico que ha multiplicado la necesidad de ayuda, el grupo canalizó los fondos del GIF a un nuevo Fondo de Recuperación del Tsunami en Asia. El programa, que opera en Maldivas, Sri Lanka, Indonesia y Phuket, está abierto a la participación de clientes, colaboradores, simpatizantes y de los propios empleados, a los que se invitó a donar un 5% de su salario del mes de enero. Esta fórmula ofrecía a los trabajadores residentes una manera de implicarse económicamente en la recuperación de sus propias comunidades, estimulando además su participación con la garantía de que la empresa igualaría, dólar por dólar, la aportación de los empleados. El mismo esquema ha puesto en marcha esta cadena en el complejo Laguna Phuket, donde la peculiar estrucrura geográfica de lagunas marinas y brazos de tierra salvaguardó a sus cinco hoteles de una devastación generalizada, dejando inutilizadas sólo 44 habitaciones de las 1.100 que comprende el complejo. Además del caudal de fondos con la participación de empresa y empleados, las celebraciones de fin de año y otras posteriores se han cancelado para destinar sus presupuestos a la reconstrucción de aldeas vecinas como la villa de pescadores de Bangtao Beach, que fue asolada por el tsunami. Ambos fondos de Banyan Tree están dirigidos a las actividades de reconstrucción que proporcionen un beneficio a medio o largo plazo, dejando así la acción inmediata y urgente en manos de las organizaciones de cooperación internacional. El mismo espíritu anima la contribución de Banyan Tree a la reconstrucción de las 68 viviendas de la isla de Naalaafushi, en Maldivas, cuyos 291 habitantes perdieron sus hogares en el maremoto. Esta iniciativa se desarrolla a través de un proyecto de cooperación con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Por su parte, la cadena Six Senses ha promovido un fondo de ayuda para la reconstrucción de los asentamientos locales y para ayudar a las familias de sus empleados cuyas islas de residencia resultaron afectadas. A este fondo se ha canalizado la reserva de responsabilidad social de la compañía, dotada con 140.000 dólares. Además, multitud de donaciones de clientes y socios han permitido reponer gran parte de los enseres personales que los empleados perdieron en el arrastre de las aguas. En Amanpuri se ha creado un fondo de apoyo, se han enviado alimentos y suministros al hospital local y se ha asignado personal del resort para colaborar en la asistencia a las aldeas costeras. Gracias a los programas de recuperación, e incluso a pesar del nuevo terremoto del 28 de marzo, la esperanza toma forma en las aldeas reconstruidas y en el lento regreso de los supervivientes a la normalidad. La apuesta turística también renace con fuerza de las cenizas mojadas. La cadena Amanresorts ha inaugurado recientemente dos nuevos hoteles de gran lujo en Sri Lanka. El primero, Amangalla, es una radiante joya de herencia colonial emplazada en el histórico fuerte de Galle, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. La segunda de las nuevas aperturas, Amanwella, despliega la pureza y el equilibrio del estilo zen en sus 30 suites con piscina privada sobre una playa tendida a la orilla de un palmeral. En Phuket, Amanpuri se aferra a la mirada optimista: la playa del resort, de la que presumen como la más bella y privada de la isla, goza después del tsunami de una arena aún más fina y de las aguas más claras desde hace diez años. Los resorts de Six Senses en Maldivas se visten de gala para la nueva temporada con dos ofertas excepcionales que responden a su filosofía de "lujo inteligente" y completan el repertorio de placeres de Soneva Fushi y Soneva Gili. El primero cuenta ahora con la Jungle Reserve, una villa privada incrustada en la selva con acceso privado a la playa, dormitorio, sala de estar, spa con sauna, baños y duchas al aire libre, área de esparcimiento, casa en el árbol para los más pequeños y piscina con cascada. Por último, la nueva Private Reserve de Soneva Gili, que se estrena coincidiendo con la reapertura del hotel tras los trabajos de rehabilitación, es la mayor villa sobre el agua del mundo, con 1.400 m2, dos dormitorios, habitación de invitados, área de esparcimiento, cocina, spa, gimnasio, biblioteca, bodega, piscina con cascada en una gruta de coral, dos barcas para pasear, tumbonas en todos los rincones donde uno necesita encontrarlas y un matrimonio de servicio a disposición exclusiva de los huéspedes. Una cumbre de la puja turística mundial que resultará difícil de batir y que demuestra no solamente la pasión de la industria hotelera asiática por superar el techo de expectativas del cliente más selectivo, sino también la confianza en la recuperación de una región que sigue representando, contra viento y marea, la imagen corporativa más fiel del paraíso en la tierra.