John Lennon, el día que murió la música
Javier Yanes
(Publicado en 'VIB Visa Iberia Magazine' nº3, otoño de 2005) "Pienso que Mark debería ser ejecutado de una forma cruel e in usual". El responsable de este comentario, uno de los muchos simi lares que circulan en internet, tiene sólo 13 años. Cuando ocurrió ni siquiera había nacido. El objeto del sádico pronunciamiento es Mark David Chapman, quien hace 25 años vació el cargador de un 38 con balas de punta hueca contra una espalda señalada por el horóscopo funesto de las leyendas prematuras. Un 79% de los encuestados en una web de adictos a John Lennon, encumbrado gurú de la paz, no tendría reparo en asesinar a Chapman con sus propias manos el mismo día que pisara las calles. Chapman ansiaba la fama inmortal de Lennon. La tuvo. La disfruta de por vida en la prisión de máxima seguridad de Attica. Recordamos aquel 8 de diciembre a través de la narración de un "protagonista accidental" de los hechos. Dicen que la vida está llena de casualida des, o no, yo qué voy a saber. ¿Qué piensan ustedes? Yo creo que la vida de aquel tipo se movió siempre al borde de la casualidad. Si se le hubiera torcido un cable menos, igual no hubiera pasado nada, todo ese follón. Y si se le hubiera torcido un cable más, tam poco, porque entonces habría dado con sus malditos huesos en una celda acolchada y todo eso antes de poder hacer daño a nadie. Aquel tío rezaba al mismo tiempo a Dios para que le impidiera hacer aquello y al diablo para que le diera fuerzas para hacer lo. ¿Pueden creerlo? ¡Y dijeron que el tío no estaba loco, que sabía lo que hacía! ¡Jo! Apuntó aquella pistola contra Lennon cuando salía del coche para entrar en su ca sa y le pegó cinco tiros. Sólo falló uno. Después el tío de la puerta le quitó el revólver de un mamporro y el tarado, en vez de huir, se quedó sentado a la puerta leyen do, esperando a que viniera la pasma a lle várselo. ¡El tío arrojó al suelo el abrigo y el gorro para que vieran que no llevaba más armas! ¡Voy desarmado, voy desarmado! Hay que ver, hay que estar chiflado. Dije ron que su padre pegaba a su madre y todo ese rollo, es lo que pasa siempre en estos ca sos, los pobres niños lo tienen que sufrir to do, toda esa basura que se ventila en casa porque hay gente que sólo es lo que los de más esperan que sean cuando están en un lugar donde a ninguno de los que están de lante les importa lo que sean. No sé si me explico. Los pobrecillos tienen que aguantar toda esa bilis y se les acumula dentro, dicen que eso les hace mal y los convierte en bom bas retardadas que esperan el momento para explotar. ¿Se acuerdan de él? Mark Da vid Chapman se llamaba. Y su padre le quería, dijeron, pero alguna vez que otra se le iba la mano con su madre, ya me entien den, y como el tipo era un militar muy es tricto no fue nunca capaz de decirle a su hi jo que le quería porque debía pensar que eso era de afeminados. El chaval tragó y tragó bilis hasta que le salió toda por el ca ñón de una pistola. ¡Ja! Y eso que decían que era un tipo ejemplar. No siempre, cla ro. A los quince años el tío estaba fumado y alcoholizado todo el día debajo de sus greñas. En el colegio era el típico pringadi llo fracasado, pero dicen que es listo, que sólo era un inadaptado. Se fugó de casa y se arrastró por el barro, pero entonces algo pasó. Llegó a su pueblo un predicador. Al tipo se le movió una tecla en el coco y de repente vio la luz de Dios. Se cortó el pelo, se peinó a lo empollón, dejó las drogas, se echó novia y se metió a hacer obras de ca ridad. Trabajaba en aquellos campamentos de la YMCA y dicen que se le daban muy bien los críos, le seguían como al flautista de Hamelín y le llamaban Nemo, por el personaje de Julio Verne. Pero iba con los niños en plan normal, no era un pervertido ni nada de eso, sólo un fanático del Mago de Oz y de Dorothy caminando por aque lla senda de ladrillos amarillos. Manías te nía un rato, el tío. Se sabía de memoria las canciones de los Beatles y de Todd Rund gren, y quién no en aquella época. Pero se pasaba la vida esperando señales, y cuando no le llegaban se deprimía porque entonces no sabía que hacer. Se casó con una japo nesa, como Lennon. Aquello fue cuando se marchó a Hawai. Pero antes de eso estuvo subiendo y bajando, subiendo y bajando, tan pronto estaba arriba eufórico y con ga nas y planes y todo eso, como se venía aba jo y se sentía un fracasado. Ser alguien, eso era lo que quería. Lo era cuando los críos le adoraban en aquellos campamentos, inclu so estuvo de voluntario atendiendo a chavales inmigrantes del Vietnam. Pero enton ces le saltaba algún fusible, lo dejaba todo y desaparecía. Pero no saben lo mejor. Es taba convencido de que en las paredes de su casa vivía gente pequeña. Sus súbditos, decía. Él era el rey y aquellos seres chiquititos le hablaban. Él les contaba historias y les ponía discos de los Beatles y ellos le ado raban. Pero de vez en cuando se enfadaba y tiraba un petardazo a la pared y entonces se cargaba a unos cuantos de aquellos seres di minutos. No estaba bien hacer aquello, pe ro tenía que hacerlo de vez en cuando y ellos le comprendían. ¡Qué maldito chifla do! Claro, la gente que le conocía no sabía nada de esto y por eso cuando él le reventó las entrañas a Lennon con balas huecas to dos decían que era imposible, que de cual quier otro lo hubieran esperado antes que de él, que era bueno y tímido. Incapaz de matar a una mosca. Parece ser que empezó a obsesionarse con que Lennon era un far sante. Muy hippie, mucho hay que amarse los unos a los otros y todo ese rollo, pero el tipo se había hecho millonario y vivía co mo un pachá. Se fue a los Estados Unidos, que le costó un rato conseguir el permiso de inmigración porque era un bulto sospe choso. Pero cuando le abrieron la verja se hizo el dueño del corral. Vivía en el edifi cio Dakota, frente a Central Park, un blo que de apartamentos de superlujo donde estaban también Mia Farrow y Lauren Bacall y Paul Simon y no sé cuántos famosos más. Todo eso no le gustaba a Chapman. El colmo fue cuando Lennon dijo que los Beatles ya eran más populares que Jesucris to. Se cabreó tanto por aquella irreverencia que toda su ira se volvió contra Lennon. Dicen que en el campamento cantaba la canción de Imagine pero cambiando la le tra, diciendo "imagina que John Lennon está muerto". Si ya se le veía venir, ¿no cre en? Había que estar rematadamente ciego para no ver que quien incuba huevos acaba comiendo pollo. Pero les estaba hablando de Hawai. Se marchó allí para suicidarse. Había caído en una depresión de caballo, rompió con su novia, dejó los campamen tos y se metió a guardia de seguridad. Allí aprendió a disparar. Pero lo de guardia no era su futuro ideal, así que se sentía otra vez un don nadie y venga a darle vueltas al co co y a la bola de nieve de su depresión. Vio un folleto de Hawai y pensó que era el paraíso ideal para quitarse de en medio. Gas tó sus ahorros en un billete de ida y en unas cuantas noches a todo trapo en un hotel de lujo poniéndose morado de mai tais, y cuando se le acabó la pasta se cambió a un tugurio. Se arrepintió de lo del suicidio y regresó a su casa en América, pero entonces se arrepintió del arrepentimiento y volvió a Hawai, se pegó una cena de emperadores, alquiló un coche, compró un tubo de plás tico de aspiradora y se fue con el coche a la playa. Arrancó el motor, puso el tubo des de el escape a la ventanilla y a esperar. Y hubiera muerto de no ser porque el plásti co del tubo de aspiradora se fundió con el calor del escape. Así que sólo se quedó amodorrado. Un pescador japonés apareció de la nada y tocó en la ventanilla desper tándolo. Él salió del coche y el pescador ha bía desaparecido. ¿Y qué creen que pensó él? Que el pescador era un ángel enviado por Dios para salvarle. ¡Hay que verl Como una maldita cabra y encima con suerte, el tío. Le internaron en un loquero, pero se recuperó y se hizo tan popular que le aca baron contratando para animar a los demás enfermos. ¡Jo! Como lo del zorro y el galli nero. Pero no iba tan mal por entonces. Se tomó unas vacaciones y se fue a recorrer mundo, Asia y todo eso, y se acabó casan do con la agente de viajes que le preparó las vacaciones, la japonesa que les decía. Al principio todo iba de perlas, hasta que le vino otra vez la depresión, perdió el traba jo y empezó a pelearse con su mujer y a fundirse la pasta en cosas absurdas. Macha caba su colección de discos y compraba dis cos nuevos para luego deshacerse de ellos, destrozaba la tele y cosas así. Claro que el tío no actuaba solo, sino aconsejado, por ... ¿quién dirían? ¡La gente pequeña había vuelto! ¡Hay que fastidiarse! Fue por en tonces cuando decidió cargarse a Lennon. Ya le tenía ojeriza, pero las señales fueron inconfundibles. Hay quien dice que los discos de Todd Rundgren le dieron la pis ta. Uno que llevaba en la solapa una espe cie de carta de ajuste de la tele le decía que tenía que mantener la antena puesta a la es pera de instrucciones. Después Rundgren sacó otro que se llamaba 'Deface the music' -desfigurar la música- con una portada que se parecía mucho a aquella del 'With the Beatles', y entonces al tío se le encendió una bombilla. ¡Claro, desfigurar la música! ¡La música de los Beatles! ¡Destruir la cabe za de la música de los Beatles! Lennon aca baba de grabar el 'Double Fantasy', aquel del beso con Yoko Ono en la portada que em pezaba sonando con una campanilla que para Chapman era la campana de la muer te. Había tocado y a él le tocaba cumplir su misión. ¡Y eso no era todo! Una de las canciones del disco hablaba de un tiovivo que daba vueltas, lo mismo que en un libro que le obsesionaba. De este rollo del libro les hablaré ahora. Pero en ese libro salía el tio vivo de Central Park que queda enfrente del edificio Dakota donde vivía Lennon. No podía estar más claro. Así que el tío se com pró una pistola, se fue a Nueva York y se apostó delante del Dakota. Pero otra vez en el último momento se arrepintió y se volvió para Hawai. Los ángeles le tiraban de un brazo y los demonios del otro, y según quién se llevara el gato al agua cada vez, el tío hacía una cosa u otra. Hasta que los de monios le llevaron de vuelta a Nueva York. Se compró el 'Double Fantasy' y un ejemplar de ese libro que digo y se plantó otra vez de lante del Dakota con la pistola en el bolsillo cubierta con cartulina para que no se le marcara en el pantalón. Los demonios ti rando de un lado y los ángeles del otro. De monios, ángeles, demonios, ángeles. El tipo tuvo la sangre fría de saludar al crío de Len non, Sean, que salió del edificio con la ' nanny'. Era un niño muy gracioso. Él ado raba a los niños. Lástima que a éste tuviera que dejarle sin padre. Luego charló con el tipo de la puerta y le enseñó el disco que ha bía traído para que se lo firmara Lennon. Y esperó. Hasta que por fin oyó la voz fami liar del 'Let it be', de 'Imagine', de 'Give peace a chance'. Lennon salía del edificio con Yo ko. Le dio el disco para que se lo firmara. Se lo firmó. Ángeles y demonios, ángeles y de monios. "Gracias". Estaba el tío como hip notizado, ¡jo!, el mismo Lennon nada me nos. Ángeles y demonios. "¿Es eso todo lo que quieres", le preguntó Lennon. "Sí, gra cias, John". Ángeles y demonios, ángeles y demonios. Llevarse el disco de vuelta a Ha wai, ¡jo!, lo que iba a fardar con el disco fir mado. Se quedó delante del Dakota mien tras Lennon y Yoko se marchaban al estudio de grabación. Podía haberse marchado en tonces y volar a Hawai con el disco firma do. Pero se quedó delante del Dakota re zando durante horas hasta que por la noche Lennon y Yoko regresaron en una limusina blanca y se bajaron para entrar en el edifi cio. Dios, no me dejes hacerlo. Demonio, dame fuerzas para hacerlo. Ángeles y demo nios, ángeles y demonios. Yoko Ono salió primero del coche y entró en el portal. Des pués bajó John. Ángeles y demonios, ánge les y demonios, ángeles y demonios, demo nios, demonios, DEMONIOS. Hazlo, haz lo, hazlo, ¡hazlo!, ¡HAZLO! "¡Mr. Lennon!" Lennon se dio la vuelta y los demonios del brazo de Chapman apretaron el gatillo cin co veces. Y así fue como pasó todo. Sólo una aclaración antes de terminar. Como ya decía antes, se ha hablado de que el tipo aquel es tuvo durante años obsesionado con un libro. Dicen que se creía que aquella historia era la suya y que él completaría el último capítulo. Quiso cambiarse el nombre por el del protagonista, llevaba un ejemplar a to das partes y le encontraron uno en el bolsi llo después de cargarse a Lennon. En la pri mera página había escrito: "Ésta es mi de claración. Holden Caulfield". Y por una mala casualidad, la historia que le obsesio naba era la mía. Ya ven, tal vez es cierto que la vida está llena de casualidades. Pero no vayan a pensar mal. Soy tan culpable de lo que hizo ese pirado como Dorothy la del Mago de Oz, Todd Rundgren o el propio Lennon, que según Chapman le dio las se ñales que le faltaban para sentenciar su pro pia muerte. Mi misión es la mía, y de nadie más. ¿Lo entienden? Los niños juegan des preocupados en el campo de centeno que crece sobre sus cabezas, y donde termina el campo hay un barranco muy profundo que los niños no ven. No conocen el peligro que les acecha, y sólo yo soy el encargado de atrapar a los niños antes de que caigan. Yo soy el guardián entre el centeno.