Kunene, donde nace el sur
Javier Yanes
(Publicado en 'Lunas de Miel' nº11, verano de 2004) África, el continente con forma de corazón, tiene en el río Kunene una de sus murallas capilares, un músculo cardiaco inconmovible, pero permeable a espuertas. Con los espasmos de sus orillas de carne fluye y se bombea y se vierte la mezcla de sangres que llena el ventrículo de África, el sur, donde tanta sangre ha fluido, se ha bombeado y se ha vertido que harán falta muchos siglos de latido para achicarla toda. La sangre no sólo es muerte si se vierte, sino pasión donde fluye, la pasión de agarrarse a la vida donde sólo hay arena, más allá de la mullidez de las orillas verdes del Kunene, de la carne vegetal que alimenta la sombra y de la sombra que alimenta la vida. Por el cauce del Kunene, al ritmo sistólico de su orilla de carne mullida, caen las aguas hacia el poniente, hirviendo al chocar con el disco solar y levantando nubes que ciegan la mirada en el desierto. De esas orillas de carne se alimentan los Himba, a uno y otro lado, que en otro río como éste decía Charlie Allnut en 'La Reina de África', para que querían un puente si los dos lados son lo mismo. En el Kunene los dos lados son lo mismo, Himbas arriba y Himbas abajo, a tan sólo unas paletadas de remo de distancia, llámese Angola o Namibia, píntese con una u otra bandera, háblese en alemán o portugués, llámese Cunene o Kunene. En África hay muchas fronteras artificiales, tiradas con lápiz sobre un mapa mientras se hablaba de teatro de operaciones, no de la luz en las puntas de las dunas y no de caricias del agua en la piel, fronteras arbitrarias como el surco donde se dobla el mapa cuando se ha terminado de pintar líneas sobre el cielo de gente como los Himba, gente de frontera que no entiende de fronteras. Donde hay río, el lápiz naufraga, porque no hay frontera más natural que un río ni prisión más segura, donde los cocodrilos están encerrados por sus muros de agua, más inmóviles que las raíces de los árboles hincadas en el freático. Si el río baja, la gente muere de sed. Si el río sube, la gente muere porque los cocodrilos también tienen hambre. En África, cuando hay inundaciones, los cocodrilos escapan de su cárcel de las orillas, rompen los barrotes del desierto, se comen la frontera. Para los cocodrilos y los nómadas no tiene sentido la frontera. Los nómadas son cocodrilos en la tormenta. No conocen nuestro espacio largo y ancho y profundo en los mares y alto desde un avión. Los Himbas no vuelan, ni nadan. No han vencido al aire ni sondeado las aguas, y el ancho no tiene sentido para ellos porque a lo ancho no hay más que arena. Para los Himba, sólo hay dos lugares, de dónde vienen y a dónde van. La línea se tira sobre un mapa a escala natural donde no hay dobleces ni líneas a lápiz ni nombres que avisen sobre lo que hay detrás de la próxima colina. Sólo hay un camino, adelante, siempre cerca del río. Y nunca llegarán a ver el sur, porque aunque no entiendan de fronteras, son gente de frontera.