Viajes de película

Javier Yanes


(Publicado en 'Viajando en Primera' nº8, mayo de 2004)

En el cine, viajamos, y cuando viajamos, sentimos el cine en escenarios que nos abrieron el mundo desde la pantalla frente a una butaca de primera clase. Desde el cinemascope y el tecnicolor han quedado atrás los días de los Bronston y De Mille, de directores vestidos de domador y de hectáreas de plató en llamas. Hoy una computadora crea una legión de un soldadito y una jungla de una maceta. Pero la aventura continúa. Ocupen su localidad y abróchense los cinturones.

INDIA

Danny Dravot y Peachy Carnehan eran amígos. Buscavidas, canallas, codiciosos e insolentes. Pero amigos. No eran benefactores más que de sí mismos, ni solidarios más que con su estómago y su cartera. Pero eran amigos. Y en el fondo, muy en el fondo, no eran mala gente. Con otras palabras, venía a decir Mark Twain -aunque si hubiera dicho todo lo que se le atribuye, su compañía hubiera resultado insoportable y no hubiera quedado nadie cerca de él para registrar tanta ocurrencia- que un amigo es aquel con quien uno quiere viajar. Y el mejor amigo es aquel con quien uno quiere viajar al oriente. Por algún moti- vo, el factor humano suele ser un imán de la travesía asiática. Desde los escritores beat a los Beatles, desde los artistas pop al pop de Mecano, a la India se ha viajado mucho siguiendo estelas de quienes, por exceso o defecto de estimulación, buscaron otro mundo, un tercer mundo que se quedara quieto en su sitio al tomar el avión de vuelta al primero. O un lugar donde liberar el instinto religioso sin peligro de ajustarse al molde de la beatitud rancia. O vaya usted a saber qué. Pero al final, la escala de lo convencional la definen las mayorías, y cuando una legión sigue los pasos de un pionero, alguien suele construir una autopista. Dicen que un viaje a la India es un viaje al corazón de la humanidad. El cine nos ha enseñado que el Oriente es la gallera de los conflictos humanos, la provocación de una sociedad injusta contra el conformismo, el colonialismo en declive contra el conformismo, las tentaciones de inconformismo contra el conformismo, en resumen, vean 'La ciudad de la alegría' y lo comprenderán. En 'Pasaje a la India', donde David Lean puso en imágenes la obra de Edward Morgan Forster, esta dicotomía entre resignación y esperanza resume la estática, y hasta la estética, de un Imperio a cuyos súbditos era irreal, aunque efectivo, degradar a la categoría de salvajes. La paciencia se acabó con Gandhi y lo contó Richard Attenborough. Hoy, el mahatma tiene más cara de Ben Kingsley que de sí mismo, y es que el cine es así. Nosotros, incluso los más notorios de entre nosotros, pasamos por la historia, pero el cine es Historia, "parafalseando" a un archienemigo de Indiana Jones, quien también tuvo su aventura india, rodada en Ceilán, Macao y la exótica California. Sólo quien pone su cara a una historia sobrevive a su nombre. Y algunos, ni eso. En El hombre que pudo reinar, John Huston puso el rostro funcionarial de Christopher Plummer a Rudyard Kipling, quien ha contado las historias de la India como nadie, aquéllas de tigres, rajás en elefante y junglas pasadas a machete, las aventuras del huérfano Kim y las del no menos huérfano Mowgli en 'El libro de la selva'. India es capaz de lo sublime y lo atroz, la seda y la lepra. Capaz de cualquier cosa, como Peachy y Danny, Como nosotros, los humanos.

EL DESIERTO

Paul Bowles no quedó satisfecho con la adaptación al cine de 'El cielo protector', en cuyo metraje final se mascaba, por así decirlo, el anhelo de Bertolucci y su equipo por escupir el polvo del desierto y morder una pizza en una trattoria romana. Como otros muchos escritores, el expatriado tangerino de la generación beat nació al brillo del neón sin poner una coma más a la obra que había escrito décadas atrás. Allá donde no llega el papel, llega la luz del proyector. Algo parecido le ocurrió al tormentoso y obsesivo Thomas Edward Lawrence de Arabia, que nunca fue tan popular hasta adueñarse de las facciones angélicas de Peter O'Toole, y nunca desde entonces hasta la guerra de Irak -su autobiografía 'Los siete pilares de la sabiduría' es libro de cabecera de los estrategas aliados y ha multiplicado ventas desde el desplome de Sadam-. En el desierto nadie puede oír tus gritos, aunque los del conde Laszlo de Almásy al salir de la cueva de los nadadores traspasaban la densa banda sonora de Gabriel Yared y erizaban el vello a pesar de una opinable sobreactuación de Ralph Fiennes. El desierto es sordo, y ciego, donde se puede mirar sin ver y la luz muere en tinieblas al otro la- do de la duna, un contraste dramático de satén anaranjado con el que arrancaba la primera escena de 'El paciente inglés'. Antes, David Lean en su 'Lawrence' había fotografiado el desierto con la crudeza de su soledad. Lean se empeñó en un proyecto ruinoso que desbrozaba la personalidad de un Narciso destinado a escribir la historia de los pueblos árabes antes de que los mismos pueblos árabes lo supieran, lo necesitaran, lo pidieran, o lo pagaran. Un proyecto de cuatro horas sin un solo personaje femenino, aparte, claro está, del propio Lawrence. Muchos desiertos han llenado la pantalla, pero Túnez gana el Óscar a la fotogenia, desde las prédicas del 'Jesús de Nazaret' de Zeffirelli y la réplica paródica de los Monty Python y su 'Vida de Brian', pasando por las aventuras del primer Indiana Jones, hasta los redundantes episodios arenosos de 'La guerra de las galaxias' y su recreación futurista de las viviendas trogloditas de Matmata. A pesar de las ciudades portátiles que mueve el cine, filmar en el desierto aún es aventura. Las tormentas de arena -"déjame que te hable de los vientos", decía Almásy seduciendo a una confusa Kristin Scott Thomas- han desarbolado más de un plató y desquiciado a más de un productor. Quizá siguen arriesgando porque saben que nosotros, el público, respondemos, que un plano largo del desierto es como un escobazo sobre la telaraña cibernética que las matrix dejan en la pantalla -que el celuloide envejece más deprisa que los actores-, que nos dejamos arrollar por esa nada voraz que nos traga en sus arenas sin dejar rastro, y que tras engullimos en nuestra butaca, el desierto aún seguirá, como decía Lawrence, "limpio".

ÁFRICA

Si Isak Dinesen no corona los altares de la intelectualidad, quién sabe a qué se debe. Quizá por haber visto escapar por dos veces el premio Nobel de literatura, la primera ante Ernest Hemingway (1954) y la segunda ante Albert Camus (1957). El propio Hemingway concedió que el premio debió otorgarse a tan "bella" escritora. Si se refería a su físico -menos agraciado que el de Meryl Streep en la versión cinematográfica de Memorias de África- o a su escritura, no consta. Pero el pecado original de Dinesen, seudónimo de la baronesa Karen o Tania Blixen, fue ser demasiado sensible. Y esto, en un lugar y una época salvajes y crueles, la África colonial de principios del siglo XX, donde los ingleses entraban a caballo en el vestíbulo del hotel, donde brindaban con tiros al aire o a cualquier blanco móvil -especialmente si no era blanco-, donde intercambiaban pareja para alegrar la monotonía, allí esa sensibilidad era considerada una excentricidad, disculpable pero indisimuladamente antisocial. En el cine y a los puntos, la interpretación femenina de los colores africanos de Blixen y de su mentor cinematográfico, Sydney Pollack, ha ganado la partida a la visión masculina, personificada por un John Wayne proveedor de zoológicos en 'Hatari!', por un Clark Gable cazador en 'Mogambo', por un Gregory Peck escritor y vividor en la autobiográfica 'Las Nieves del Kili- manjaro' de Hemingway, por un director de cine interpretado por Clint Eastwood y sospechosamente parecido a John Huston en 'Cazador Blanco. corazón negro', o por el héroe arquetípico nacido de la aleación entre Stewart Granger y Allan Quatermain, personaje de 'Las Minas del Rey Salomón' -a su vez inspirado en el cazador Frederick Selous, aunque su autor, Ryder Haggard, asegurase que su modelo era el propio Ryder Haggard-. En la confrontación con el ojo femenino de Blixen sólo queda en pie el antihéroe patoso de Charlie Allnut, con un Humphrey Bogart más dentón, sucio y desgarbado que nunca, en el original cuyo rodaje inspiró la película de Eastwood, la hustoniana 'La reina de África'. Quizá porque África es reina, y por tanto mujer, el mito del "macho alfa" se cae cuando la munición se acaba y lo que queda es el morado de la jacaranda, el aire ligero de las tierras altas y un panorama demasiado grande para el estrecho campo de una mirilla telescópica. Al hilo de la versión femenina se han cosido después una fallida 'Soñé con África', adaptación plana de una novela biográfica tridimensional, y una muy recomendable 'En un lugar de África', la historia también real de una niña judía alemana que encontró más hospitalario el norte árido de Kenia que la Alemania de los años 30. Mujeres, siempre mujeres. A un hombre, incluido quien escribe, no le queda otra que abrir una botella de cerveza con los dientes en el atardecer africano y respetar el silencio, que por algo será masculino.

EL OESTE

En cuanto uno cruza un río, cualquier río entre Oklahoma y Nevada, comienza casi a añorar el cálido abrazo de una bufanda de soga alrededor del cuello o el placer de bailar sobre una lluvia de plomo, y le entran unas ganas atroces de robar ganado, tocar el banjo y hacer café de puchero. La estrella de Marshall, a la venta 'Por un puñado de dólares' en toda tienda vaquera que se precie al norte del Río Grande, entusiasma a los niños que así aprenden a qué lado de la ley deben estar, al menos hasta que tengan licencia de armas, aunque a la hora de galopar por 'Horizontes lejanos' en los Four Corners o subir a las praderas de los búfalos en Wyoming, nada como ser un 'Forajido de leyenda' y asaltar 'La diligencia' de Wells Fargo con el pañuelo tapando el rostro y el látigo con empuñadura de plata amarrado a la silla. Lo peor no es ser 'El hombre que mató a Liberty Valance', sino pasar por ello sin haberlo hecho y con un libro de leyes en lugar de revólver, aunque ambos sirvan para hacer fuego. Y es que la vida del vaquero no es una vida fácil, siempre 'Solo ante el peligro' y entrando en uno y otro saloon donde los extras se llevan a las chicas mientras el héroe tiene que mantener una imagen y compartir la velada con tipos malolientes, llenos de cicatrices y a los que casualmente siempre les falta uno para la partida de póker. Poco tiempo para el desahogo debió tener Tom Mix, el primer gran cowboy del cine mudo, que protagonizó 336 películas en 26 años de carrera para acabar asesinado por su propia maleta en un frenazo del coche. y es que el caballo mustang es fiel, pero los caballos del Ford Mustang no tienen alma. Cuando uno viaja al oeste le entran ganas de llenar de plomo al que inventó el futuro, que lo hizo mucho peor que el pianista, y a éste ni siquiera le dejaban explicar que no estaba borracho, que interpretaba a Mahler.

LOS MARES DEL SUR

Roger Moore confesó, antes de su conversión a la causa de Unicef, que en sus días como James Bond 007 su tabla de valores se ceñía a la raya del pantalón y a tener planchado el esmoquin blanco para la cena. Las playas de cocoteros eran, y son, la mejor opción para disponer de un escenario exótico sin renunciar a necesidades básicas para un dandi, como el bidé de alabastro o la cama olímpica. Salvando esta pasión de los espías por convencernos de la importancia geoestratégica de Tahití o Fiji, los escenarios tropicales han sido decorado para tropelías de piratas, desde las acrobacias de Douglas Fairbanks como 'El pirata negro' bajando a cuchillo por una vela, pasando por las de Errol Flynn como un renegado 'Capitán Blood', hasta las del saltimbanqui Burt Lancaster en 'El temible burlón', sin olvidar los gags de 'La princesa y el pirata', donde Bob Hope prefería vivir como mujer que morir como un hombre y un cubo de sangre animaba la entrada a la taberna. Antes de la reciente 'Piratas del Caribe' con el histrión Johnny Depp, incluso Polanski le dio un tiento al género con su 'Piratas' y un Walter Matthau que hasta hacía olvidar a Jack Lemmon. Las aventuras navales y los largos cruceros han encontrado hueco en la pantalla con las versiones de 'El motín de la Bounty' o 'Rebelión a Bordo', donde sucesivamente Errol Flynn, Clark Gable, Marlon Brando y Mel Gibson han sembrado su simiente en Tahití. Para travesía accidentada, la del 'Náufrago' Tom Hanks, expedido por Federal Express a una isla con un balón para el que pidieron un Óscar al mejor secundario. Pero de todos los paraísos de mar, palmeras y piratas, ninguno iguala al más remoto de ellos, donde uno no envejece, donde hoy viven Fairbanks, Flynn y Lancaster: el País de Nunca Jamás. Seguro que el propio Spielberg tiene casa allí y que por eso rodó 'Hook' en California.